Chile, cultura motelera

Hace ya un par de días, la empresa de condones Durex publicó el resultado de la encuesta que realizó durante meses en 41 países del mundo, a la que respondieron cientos de miles de personas a traés de internet. No voy a entrar en detalles de lo chanta que encontré la encuesta ni de mis dudas sobre los métodos utilizados para tabular la información (si contestaron 50mil personas de un país y sólo 50 de otro... ¿cómo lo hicieron? ¿Fueron las muestras representativas, considerando que el medio utilizado fue internet?).

La semana recién pasada escuché a mucha gente comentando los resultados de esta encuesta en mi oficina, lo cual no me pareció curioso hasta que escuché el siguiente comentario: "si, po', si en Chile hay una vida sexual súper activa, ¿no cachai que en el centro de Santiago hay moteles cada dos cuadras?". O sea, parece que nosotros la llevamos.

Sorry, pero NO. Nuestro querido país tiene una cultura motelera súper fuerte y lo que dijo esta persona es verdad: levantas una piedra y aparecen tres moteles, o incluso más, lo cual tengo entendido no es tan común en otros países latinoamericanos, y en la mayor parte de Europa, el motel es para dormir y no pegarse una. La razón por la que acá hay tanto motel no es que los chilenos seamos unos cacheritos de las pampas sino -siento decirlo- todo lo contrario.

La razón por la cual este ámbito es negocio redondo en nuestro país es porque nuestra sociedad es tremendamente hipócrita y somos unos pobres huevones reprimidos. A excepción de unos pocos moteles, como el Valdivia -que de hecho se llama HOTEL Valdivia, sólo que cobra por 12 horas y no día completo-, la mayoría de estos sitios están siempre llenos de parejas que no tienen dónde más ir. Pasando por alto la cantidad de relaciones "ocultas" que llenan estas habitaciones, existe también un porcentaje muy importante de parejas adultas, establecidas y responsables que aún viven con sus padres y no pueden llevar a su media naranja a la casa, aunque sean pailones de 30 años "porque se vería mal".

Aunque es parte de nuestra cultura, motelear es tremendamente mal visto, porque conlleva un estigma social muy fuerte: el que motelea, va a hacer la coshiná. Pero muchas más personas de lo que creemos -o admiten- lo hacen. Se suma a esto la infraestructura motelera, partiendo por la recepción, que está ideada de manera que no se vean las caras de las parejas que participan de estas indignas actividades. No vaya a ser que alguien se entere de que -oh, weón(a) caliente- te pegaste un polvo con tu pareja de cinco años. Qué vergüenza.

Si tuviéramos una sociedad más abierta y menos paternalista los moteles irían a quiebra. Uno de los fenómenos que salva a este sistema es que en Chile (y no sé qué tan común será a nivel global) la gente abandona sus casas cada vez a mayor edad. Claro, l@s p@tudos tienen techo y comida gratis, y además les lavan la ropa. Como eso inevitablemente conlleva cumplir con ciertas reglas, hay que ir a esconderse a un motel. ¡Pero no te vayan a pillar la boleta!

No vayan a creer que estoy en contra de los moteles, para nada. De hecho, creo que salir de la casa y cambiar de ambiente de vez en cuando es algo positivo. Existen también ciertos lugares que se dedican a vender fantasías que en casa no se pueden satisfacer (si vuelvo a encontrar ese artículo lo publico) y para las parejas con hijos debe ser una maravilla ir solos a un sitio donde no haya riesgo de interrupciones, dejando a los niños con alguien de confianza. Mi problema está en que muchas personas los ven como un santuario donde ocultar sus pecaminosas actividades.

Con esa actitud, no me extraña que la gran mayoría de la gente circule por el mundo con cara de limón.